Los primeros Pintores
Pintura: Jean Philippe Goulu ( - 1855)
Artista
francés, pasó al Brasil contratado como profesor de los príncipes de Braganza,
teniendo entonces veinte años. El temor a la fiebre amarilla lo hizo emigrar a
Buenos Aires, donde constituyó su hogar y desarrolló una intensa actividad, ya
de retratista, ya de miniaturista, alternando sus negocios de mercería (su
medio de vida) con clases particulares de pintura.
Recordemos
algunos de sus óleos: Doña Carmen Zavaleta de Saavedra, Don Vicente López y
Planes, Don José María Coronell y el General Lucio Mansilla.
Miniaturas: la Señorita Dominga Rivadavia y el Coronel Sixto Quesada.
Dibujos y acuarelas: Emeric Essex Vidal (1791 – 1861)
Mucho
debe la iconografía de este inquieto marino inglés que en dos períodos llegara
a Buenos Aires en cumplimiento de misiones de su escuadra: 1816 – 1818, a bordo
del “Hyacinth”, y 1828 – 1829, embarcado en el “Ganges”.
Objetivador
de nuestros paisajes panorámicos y de nuestras vistas urbanas, no debemos
buscar en la obra de Vidal el arte de pintor, sino al diseñador costumbrista
que refleja en sus dibujos y acuarelas cuanto capta sus pupilas, ávidas de los
tipos y las costumbres de un pueblo novísimo, y donde el pincel no ilustra el
dato, allí están las notas escritas adicionadas a las acuarelas.
Todas
sus ilustraciones muestran escenas exteriores: pasó por nuestras calles como un
simple transeúnte. Empieza por el desembarcadero: las alegres playas animadas
por bañistas y negras lavanderas, el fuerte de Buenos Aires, la aduana; luego
entra en la Plaza de Mayo, dividida en dos por el arco de la Recova Vieja, y
allí realiza su pintura más evocadora de la vida de Buenos Aires: el mercado al
aire libre, carretas y jinetes que dan animación al cuadro, los puestos de
pescado próximos al fuerte; más tarde recorre las calles y objetiva los tipos
populares: el mendigo a caballo, el aguatero con su típico carro, los lecheros
proveyendo del nutritivo líquido a la población, la carreta avanzando entre
lodazales; finalmente se adentra al campo, dejándonos reproducciones
características de la Pampa: el coche de postas, el pueblo de San Isidro, el
gaucho junto a la pulpería, las faenas del campo, los juegos favoritos, la caza
de ñandúes, etc.; documenta minuciosamente los útiles de labor, las diversas
vestimentas de los paisanos y todo lo relativo al caballo, su primordial
elemento de trabajo.
Con
estas prolijas ilustraciones tuvieron los editores de libros sobre viajes a
estas tierras material abundante para adornarlos gráficamente.
Debemos a la generosidad y preocupación de don Alejo B. González Garaño el haber recuperado para el país la mayor parte de estas acuarelas que se hallaban en posesión de los descendientes de Vidal.
Francisco Arriola
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