Será conveniente considerar a partir de 1850 ya que, salvo algunas iglesias del siglo XVIII, la arquitectura civil de nuestra ciudad aún en pie, data de esos años hasta nuestros días.

Buenos Aires, a pesar de la distancia, siempre estuvo al día respecto de lo que sucedía en Europa y tanto los arquitectos extranjeros como los locales se desplegaron al entusiasmo por la arquitectura italiana y más tarde por la fusión de ésta con la francesa reinante en el París de Napoleón III, que tiempo después brillaría sola para finalizar en su academicismo de envergadura, como puede comprobarse en las grandes casas privadas que hoy son embajadas. Bastaría mencionar a las que ocupan la embajada de Estados Unidos o la de Brasil.

La ciudad ve crecer poco a poco las casas de departamentos, edificios que nos hablan de una nueva forma de vivir, de un crecimiento económico y de sus barrios que adquieren un nuevo aspecto.

En general, son muchas las cuadras que conforman un verdadero diccionario de arquitectura, ya que junto con una edificación de principios de siglo aparece otra de 1940 y, a su lado, otra en estilo Art Déco pared medianera con una de los ´60 o los ´70.

Precisamente esta suma de influencias y estilos es la que le da a nuestra ciudad un carácter particular y personal. Muchos deploran que no tengamos un barrio colonial y que todo sea una imitación foránea; quienes eso sostienen no se aperciben que todo lo construido tiene a su manera una vuelta de tuerca local. Eso se debe a nuestra modalidad, costumbres y, ¿por qué no? al clima; sin olvidar que en el censo de 1887 la proporción de extranjeros en Buenos Aires era mayor que la de argentinos.

Las mismas iglesias del siglo XVIII, salvo el Pilar y San Ignacio renovaron sus fachadas entre 1900 y 1920.

Nuestra ciudad puede sentirse orgullosa de la calidad de los edificios que se levantaron en la década del ´30, conocida como arquitectura internacional o racionalista y reconocida por los especialistas extranjeros que nos visitan.

Quizás podríamos decir que la arquitectura de Buenos Aires hasta los ´60 es el resultado de haber visto, haber recibido y haber absorbido, para emitir una versión de alguna manera nuestra. Más allá de la década del ´60, con sus excepciones por supuesto, crecieron las torres y las paredes de vidrio más como un hecho comercial de imitación que de sentimiento; el resultado de aculturación merece ser estudiado. La valorización del patrimonio construido corre por otro carril, pero sin duda tendrá que ver con el carácter definitivo que selle la personalidad de nuestra ciudad.

 

Arq. José María Peña – 1997.


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