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Al consultar los viejos libros y tratados en la Biblioteca de la Facultad de Medicina sorprende tanto la ignorancia que rodeaba al arte de curar en los siglos XVII y XVIII como el optimismo que tenían de poder sanar con instrumentos y métodos más propios de mentes calenturientas que de científicos.
Pero si ignorancia y carencia se conjugaban
dentro de la medicina no por eso se dejaron de buscar los avances y los mejores
resultados. Por esto también es preciso destacar la continua lucha que se lleva
a cabo para vencer la enfermedad y la muerte.
Tales falencias, a su vez, produjeron la
difusión del culto a los muertos y de las ceremonias de entierro. Ambo ritos
tenían una raíz antigua, pues tanto los pueblos ibéricos como los americanos
veneraban las tumbas de sus antepasados hasta el punto de considerarlas algo
sagrado.
Los indios llevaban los cuerpos a las cumbres
de los volcanes andinos; los españoles los sepultaban en catedrales en la época
pre-medieval y medieval; los porteños lo hicieron en la tierra, porque todavía
no disponían de mármoles ni granitos que les permitieran preservar a sus
muertos. Las sepulturas que se realizaban dentro de los recintos eclesiales no pudieron
escapar a la acción destructora del tiempo ni la humedad, y lo único que queda
de ellas son las lápidas. Los cuerpos han desaparecido, cumpliendo el mandato
bíblico de eres polvo al polvo has de volver. Al mismo tiempo la muerte tuvo en
la sociedad porteña sus ritos de honra fielmente observados y cumplidos de
acuerdo con las posibilidades económicas de cada familia. Estas honras fúnebres
iban desde la cantidad de velas que acompañaban al muerto en la noche del
velatorio, hasta la de platos servidos para atender a la concurrencia.
Cementerio de la Recoleta: Ante la prohibición de enterrar los muertos en los recintos de las iglesias, fue necesario crear un cementerio público y para ello se eligieron los terrenos de la Recoleta. Esta disposición provocó quejas y resistencias de la clase alta, hasta que se permitió la construcción de los panteones.
Andrés Carretero – Vida cotidiana en Buenos Aires (1810 – 1864).